miércoles, 16 de marzo de 2011

Juan martilla todos los días las patas de su cama de vidrio, y por la tarde pega los añicos con poxi. Se levanta, descose los bolsillos de su saco y los cose en otro lado.
En la cabeza tengo un millón y medio de cosas. No de plata para comprar cosas, sino de cosas.
Juan desempolva todos los inviernos las bolsas de goma, y las llena con agua caliente para olvidarse del invierno y seguir con lo que más le gusta hacer.
Me dan vuelta nubes de miedo y agua de tamarindos.
Juan tuesta con su rayo de fuego armado con espejos unas rodajas de pan para después humedecerlas con mermelada.
Siento cómo se me abollan las ideas adentro, como los autitos que flotaban y se golpeaban en las imágenes del tsunami de Japón.
Juan a veces no es solo Juan, y juega con otra gente, con muñequitos de plástico anaranjado, y le convida tostadas a la gente.

El mar es como un gran vómito que da la vuelta al mundo y nos tira la posta.

Soy un imbécil. A veces no pienso en nada.
Juan duerme. Cuando quiere duerme. A la tarde, no a la tarde, no no a la tarde.
Voy a plantar un laurel en una maceta celeste, quizás ayude.
Juan se despierta siempre con ganas de hacer pis, y lo hace, como los más grandes.

La tierra es como nuestra mente, llena de lombrices.

No me sirvió de casi nada. Pero ahora tengo algo para regalarte cuando vuelvas.
Juan quiere un carro de supermercados para caminar por la calle y levantar todo lo que se le ocurra y lo que entre.
No quiero que vuelva a pasar.

La grasa es algo que nos invade y nos tapona, pero todo no puede.