domingo, 22 de diciembre de 2013

el gato

el que le pega
a la botellita que está allá
gana.

los cigarrillos
apagados con el arroyo
flotan a veces en contramano,
como salmones nicotínicos
extenuados de desovar cáncer
en pulmones aptos.

los gatos salvajes que
corren ratas el la orilla
deben haberle dado nombre,
cuando podían hablar, a este
surco inmenso que riega casillas
que van brotando cada vez más tierra adentro.

gatos bayos, agua baya,
maderas bayas, chapas bayas, pulmones bayos cigarros.

cuatro tiros cada uno,
y ninguno logra
pegarle con la palabra
precisa a esa botellita
que se aleja.

y está allá.
y el que le pega gana

una vuelta,
el mes de frío, dijiste
que preferías eso, antes que cualquier frazada
y nos reíamos entre las mantas
que sogueamos de un patio en el centro.
una era roja, con unos cuadrados en negro y gris
y tenía ya puesto, como un pin, un agujero
de cigarro.

no hay ningún silencio
antes de la palabra
que sirve para hundir a la
botellita verde que está allá.
la palabra estalla
y te rompe los dientes
en sonrisas de carcajada.
y nos rompemos la cara
repitiéndola.

la botellita verde
se pone baya, porque se llena
del agua que trae el arroyo desde todos lados.

siempre es mejor regar
de tarde, porque el frío de la noche
que no llega a ser frío ya
empuja el agua hacia adentro
y las raíces blancas de las casillas
se hunden en el barro que se asoma bajo.

el que le pega
a la botellita verde que está allá
gana el último cigarro, que es lo mismo
que ganar nada.

porque al final,
cuando salimos a
la noche, a ver la luna baya,
nos acuclillamos los dos

y uno termina lo que empieza el otro.