miércoles, 16 de junio de 2010

El río. (consigna del cuento de Alaska.)

Edelmiro maneja un peugeot 504 modelo ’92, pintado de taxi. Del taxi se baja un señor gordo, con los cachetes colorados y la pelada brillante, que no le dice ni gracias.
En el semáforo Edelmiro saca el pie del embrague y pone el freno de mano. Está cansado, con los huevos hartos.
Nunca mira el semáforo, no le gustan las luces. Escucha una vecina, y sin pensarlo, saca el freno, pisa el pedal, pone primera y sale.
En el escaña 1114 que viene a 80, bien puesto, maneja Marcos que pone sus ciento doce kilos sobre el pedal del freno y frena mientras recita de memoria una hermosa puteada que le enseñara su madre.
Edelmiro lo mira, como pidiendo perdón, y en esa mirada lo embiste por la izquierda un remisero.
Vio el auto, cerró los ojos, los abrió, vio el resorte de la amortiguación que venia hacia él.
Cuando despertó su mujer lo tenía en brazos, ambos lloraban.
Su mujer le besó la frente, lo llamó por su nombre, luego se subió la blusa y le ofreció un pecho para que se alimente, lloraba de hambre.

Mujer disco. (consigna. Campo semántica. Puerta, disco, mujer)

Una puerta cerrada, es una pared.
Cuando cierro esa puerta blanca
estoy en ningún lado, soy nada.
El exterior es todo
el Universo, porque adentro nada.
Pero la puerta es atravesable, la
puerta es una tabla en función de
puerta.
Entonces la abro, y soy todo el Universo.

Adentro y afuera suenan las cosas
el universo gira como un disco
de pasta, de plástico y aluminio,
como el plato del microondas
o los colores dentro de un calidoscopio
o un tubo de vendas.

Afuera hay una mujer que llama
desde dentro. Tiene la cara
filosa como la de una jirafa,
y me mira desde arriba,
porque es alta.
El cuello se le enrosca en las
amarras, y en espiral su risa
baja, como un tobogán hasta sus senos.


Consigna campo semantico (mano, agua, otros)

Sus manos grandes disipan la niebla. Grandes vendría a ser del tamaño de una ventana, manos muy grandes, manos que nunca cerraba, porque decía siempre que un puño no era una mano, lo mismo que una puerta cerrada no es una puerta, es una pared.
La niebla despejaba, la niebla de la orillita del río, sus manos que tanto habían transformado el mundo, la casa, la silla, la mesa. Caminaban por el río, disipaba la niebla, y caminaban. Ella con él, él con la niebla que disipaba.

El agua los tocaba, pero en forma de niebla, o la niebla en forma de agua no los tocaba. El río dormía como un lago meurto. Vivo en la niebla, un alma tiesa, como la del Tíber, con huesos de roca florecientes, como un jardín de primavera en Tucumán, alto.

El día seguía de color ocre. Como un negativo, se veían las siluetas deambular por el puente, como una foto sepia.
Sus manos disiparon la niebla, para que ella no tropiece con los huesos de piedra.
Una señal en el puente llegó hasta ambos.
-Nos vieron. Dijo ella.
Y las manos gigantes la asfixiaron en la niebla sepia.

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